“La Dama de Shanghai”. Toca quitarse los sombreros
Publicado el 15 May 2010
Archivado en ljluisja | 1 comentario
Vamos a hablar de cine en serio. Así que lo primero es quitarse los sombreros y mostrar respeto, como nos enseñó Coppola a hacerlo. Bien, ahora que hemos besado los anillos de Orson Welles, a disfrutar de su (buen) genio; ¡Ah, sí!, y también de Rita Hayworth. La Dama de Shanghai es una historia de seres que están donde no deben, con quien no quieren y que, a pesar de todo, se mantienen como pueden. O sea, a toda costa. Porque son obstinados, complejos, esquivos y soberbios. Porque cargan con sombras pesadas, tienen recovecos, están vivos y en definitiva, se lo pueden permitir. Del encuentro en un parque a la travesía en un yate, tenemos el tiempo justo para averiguar de qué pie cojea cada uno, por dónde sopla el viento, y después, ya con los deberes hechos, asistiremos a lo más difícil en la vida de los vivos: elegir. A Orson Welles le fascinaba Shakespeare.
No podemos hablar ahora de Shakespeare, el tiempo se nos echa encima.
Lo que quiero decir: ésta es una película prodigiosa y llena de ritmo; el lenguaje de Orson Welles es elocuente, tanto que da la sensación de que este hombre podía pedirle a la cámara que transmitiese lo que estaba imaginando, sin esfuerzo. Los actores, por su parte, se ocupaban (siempre) de todo lo demás, y él el primero. Por supuesto.
Y es que Orson Welles respiraba fotogramas, estornudaba guiones, escupía personajes y sudaba arte. Toca quitarse los sombreros. Sí, otra vez.
P.D. Un cotilleo: a la escena final de esta película le rinde un tributo acertadísimo Woody Allen en los últimos minutos de Misterioso Asesinato en Manhattan. Tras la reverencia, devuelvan el sombrero a sus cabezas.
Comentarios
Una respuesta para ““La Dama de Shanghai”. Toca quitarse los sombreros”
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